Al quebrar el dedo índice de la mano derecha un jugador diestro pierde su principal sustento. Ocurrido esto Kobe puso en marcha su mano izquierda con un fabuloso pase alto a Shannon Brown, siguió lanzando con aparente normalidad y ni remotamente figuró por un instante la invalidez de un lisiado. Habría que mutilarle las cuatro extremidades para lograr algo así.
El tiempo debería haberse detenido la noche del buzzer a Miami, una de esas acciones sobrehumanas que trasladar a laboratorio. Porque, no ya para anotar. Sino simplemente para poder lanzar en carrera (sobre un solo pie) Kobe burló la cinética contraria a su mano de lanzamiento, el desequilibrio de un cuerpo arrojado al aire en desplazamiento lateral y el tiempo de reacción. Burló en suma tal volumen de factores físicos en contra que al calificar después aquel milagro de "afortunado" mentía por pura inmodestia.
La calidad técnica de una obra semejante escapa al difuso campo de la fortuna. Aunque hubiese sido su primera vez. Pero como a estas alturas ha logrado hacer de la fortuna costumbre convendría empezar a tener muy seriamente en cuenta la apreciación de J.A. Adande sobre Kobe como "the best option for a last-second shot in the history of the NBA".
Y sin embargo no es éste el debate. Ni tampoco su definitivo ingreso en la pulsión de juego, el último estadio a conquistar por un deportista de equipo. Lo que se presenta como tal guarda mayor relación con las palabras que recientemente le dedicaba también Larry Coon al decir que Kobe ofrece momentos de inspiración y destreza similares a los que Picasso o Beethoven destilaron en sus artes. Porque el virtuosismo, alabado sea para los amantes del deporte, no conoce límites de aplicación.
No hay por qué esperar a su retirada. Es tiempo suficiente y demasiado lo volcado ya para poder afirmar, y con especial rotundidad ahora mismo, que hay algo muy próximo a la perfección formal en el actual número 24 de los Lakers. Una excelencia de tal calibre que la sorpresa y el elogio no safisfacen en justicia lo que su baloncesto proporciona. Es necesario ya inscribir a Kobe en algún tipo de sagrada antología, enfrentarlo al curso histórico de nuestro juego y coronarlo allí por motivos cada vez más precisos que también va siendo hora de exponer.
Vamos a intentarlo.
Empieza a ser frecuente referir a Bryant como el jugador con mayor número de recursos ofensivos en la historia de la NBA. Una conclusión de este tipo induce a error. Porque Kobe Bryant no dispone de mayor repertorio que Michael Jordan como éste tampoco en relación a él. Y esto es debido a que en ese plano superior que los hace exclusivos, tan sólo allá arriba, se movió cada uno en un terreno distinto que es saludable discriminar. No sólo por ellos dos sino por todos aquellos jugadores pretéritos de técnica sobresaliente que mantuvieron con el aro un tipo de relación muy próxima a lo sexual.
Afortunadamente el baloncesto es demasiado rico como para computar la creación de canastas en una línea de cuenta aritmética. Lo formal no pertenece a cuenta ni plano único. Lo formal es un espacio multidimensional que se hincha como cuentan los astrónomos que sucede al Universo.
Contra lo que se suele presumir distingue a Kobe Bryant y Michael Jordan un terreno formal que pertenece al ultimísimo tramo de la técnica y que distinguía también a Drazen Petrovic de Pete Maravich, a Bodiroga de George Gervin o a Delibasic de Kudelin.
Desde un punto de vista teórico la diferencia se antoja fascinante y arranca de la base formal que conocemos como técnica. Para empezar se la presupone muy avanzada a todos los supremos creadores de canasta. Pero en su progresiva conquista unos prefirieron seguirla a rajatabla, tomarla como dogma de fe y perfeccionar su manual hasta las últimas consecuencias y otros hacerse a un lado en su misma cima.
Para comprender esto con facilidad nada mejor que abrir una doble categoría entre jugadores de orden y jugadores de caos. Kobe Bryant pertenece de raíz al primer grupo. De hecho podemos estar asistiendo al más excelente prototipo técnico que haya dado nunca el baloncesto.
Los jugadores de orden comprenden desde un principio el increíble yacimiento formal que brinda la técnica conocida y convierten su carrera en un progresivo refinamiento de los recursos llamados de manual. No hay lugar en ellos a lo indómito o desordenado. Toda acción, aun la más compleja, debe venir precedida de protocolo y geometría. Debe ser técnica en sentido radical. Así Kobe Bryant se entregará tan religiosamente a la técnica de orden que al lanzar por detrás del tablero ajustará su mecánica a canon. Y antes muerto que no hacerlo.
Los jugadores de caos comprenden igualmente ese vasto repertorio. Pero a diferencia de los de orden no quieren ni oír hablar de patrones y prefieren exhibir su talento mediante formas no fijadas, modos de interpretación natural que no pertenecen al campo de lo escrito o domesticable. Prefieren dotar a lo suyo de formas que siendo técnicas se expresan libres como en espontánea combustión. Este tipo de repertorio o técnica de caos en el que domina lo inconsciente y reflejo, repertorio de personal hegemonía en Michael Jordan, está a salvo de copia.
De ahí que mientras los jugadores de orden tienden hacia la perfección formal los jugadores de caos nacen y mueren en su especialísimo original. Este último rasgo distintivo permite abrazar casos tan dispares como Dennis Rodman y Orlando Woolridge.
En un artículo de papel quien suscribe venía a decir algo que debiera tenerse muy en cuenta cada vez que Kobe y Jordan compartan la misma frase. Se afirmaba allí que "sobre un inquebrantable acuerdo de formas, tan sólo les separa el abuso de ellas. Así Kobe es más barroco: acentúa el recreo de los recursos que adora replicar porque llegó antes a comprenderlos. Esto le hace técnicamente más perfecto pero menos imprevisible y salvaje que su maestro, hasta el último día a salvo de los modos que registrar en los libros. Uno es aprendizaje. El otro no es posible enseñarlo".
Es crucial este último punto. Lo que no es posible enseñar es todo aquello que derivando de la técnica escapa simultáneamente de ella. Magic Johnson y Michael Jordan rebosaron de actos y obras en este genial sentido.
Esto no quiere decir que Jordan no fuera ordenado. Su carrera no fue otra cosa que un progresivo ordenarse. Pero conservó hasta el último día esa decisiva porción del juego, exclusiva de sus acciones terminales, donde el orden no tenía cabida. Allá donde lo salvaje, lo improvisado y lo radicalmente propio de su naturaleza única, ocupaban el primer plano. Kobe sabe lo que va a ejecutar ante seis brazos (un orden técnico perfecto). Jordan se enfrentaba a ellos en instante y forma (caos de creación). Y ambos paréntesis resumen a la perfección la mayor diferencia abierta entre ellos.
Los jugadores de caos, más proclives a la consideración de genio, no son por ello superiores en ningún sentido a quienes eligen el camino de la técnica y a ella se aferran de por vida. El caos en Isiah Thomas no vale más que el orden en John Stockton. La diferencia debería abrirse en otros terrenos, como en este caso pueda ser la resolución de partidos a lanzamientos decisivos. Pero en lo formal sería justo no abrir jerarquía entre ellos.
Como tampoco procede hacerlo técnicamente entre Jordan y Bryant.
Kobe Bryant es a la técnica lo que el diamante a los materiales preciosos. Difícilmente puede concebirse un nivel de excelencia superior.
Como jugador ha llegado a convertir cada uno de sus segundos con balón en un delicioso desfile de actos que van de la mímica microscópica a los más visibles aciertos. Y no hay parte del cuerpo, por pequeña que sea, que no termine poniendo simétricamente en juego. No es entonces que Kobe resulte técnico. Es que agotado el manual incorpora a cada uno de sus gestos semejante caudal de órdenes que incluso uno de sus fallos es capaz de incertidumbres físicas que sólo es posible explicar a través de una destreza superlativa, un caudal técnico casi excesivo y al alcance de nadie.
Donde el orden alcanza el barroquismo y éste resulta además útil, allá se mueven ejemplares como Kobe Bryant, Drazen Petrovic o Dejan Bodiroga. Donde la técnica llega a su fin y en su lugar emerge el caos de lo natural, lo espontáneo y ajeno a la métrica, allá se mueve el genio de Pete Maravich, Michael Jordan o Dwayne Wade. Y a caballo entre orden y caos, donde la técnica se retuerce plástica y generosa, es lugar para Julius Erving, Isiah Thomas, Clyde Drexler o Tim Hardaway.
Hoy interesa especialmente el caso de Kobe Bryant.
Y lo hace por una razón muy poderosa: actualmente es tal la diferencia abierta con el resto de jugadores que hasta se diría que Kobe juega a otra cosa. Algo distinto a lo que piensan, procesan y ejecutan los demás.
Con el balón en las manos hay una representación común a la práctica totalidad de jugadores. Una fisonomía general. Si en cambio está en manos de Kobe la secuencia se fragmenta en oportunos, cadentes y milimétricos episodios ninguno de los cuales escapa a intención técnica. Donde en otros parece darse un irregular discurso hay en Kobe como una insobornable y permanente composición (musical).
Europa conoció este tipo de rarísima pulsación en el joven Drazen Petrovic y de manera casi enfermiza, en Arijan Komazec.
Un error muy común tiende a identificar técnica y manos. Como si todo se redujera a ellas. Y es precisamente mediante los mejores jugadores de orden que descubrimos que la técnica se desprende de cualquier parte del cuerpo, incluso por separado.
Nada explica esto mejor que los pies. Es costumbre atribuir el mejor juego de pies en la historia de la NBA a Hakeem Olajuwon, Kevin McHale o el joven Bill Walton. Como si el juego de pies fuera exclusivo de los hombres altos o recurso privado a los aledaños del aro. Pensar así liquida de un plumazo a los jugadores exteriores y al mayor espacio de pista. Y va siendo hora de señalar la mecánica inferior de Kobe Bryant como una de las más avanzadas y perfectas exhibidas nunca por un jugador. Y no porque ahora postee abajo con mayor frecuencia. Sino porque todo en él parte de los pies.
En suma Bryant, su actual exponente al cubo, puede haber conquistado ya el más absoluto trono de los jugadores de orden, allá donde la técnica alcanza su cumbre maestra y el jugador su condición magistral. De haber un tope, es como si estuviese ahora mismo allí pegado.
Por todo ello, mientras siempre será razonable oponerse a estimaciones de Kobe como el mejor clutch o el mayor yacimiento ofensivo conocido, empieza a ser conveniente no hacerlo si lo que se afirma es que nadie alcanzó nunca mayor excelencia técnica que él. Porque tal vez sea cierto.
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